Definitivamente el escenario post pandemia nos obliga a adoptar un nuevo estilo de vida. A la ya vieja “normalidad” se imponen nuevos hábitos que van desde lo sanitario hasta el replanteo de prioridades de nuestra cotidianidad que creíamos inamovibles.
Abruptamente el aislamiento preventivo causado por el COVID 19 puso a la mayor parte de la humanidad en un nuevo contexto. Un espacio de revisión de estilos de vida que, a juzgar por los expertos, llegó para quedarse.
Aún los más optimistas hablan de dos años más de lucha contra este flagelo que conllevarán el testeo permanente de casos, la detección y el aislamiento. Al parecer, el chequeo de la salud inmunológica será una práctica corriente tal como lavarnos los dientes, así como ya adoptamos el uso del barbijo.
Mientras tanto, varios fenómenos suceden simultáneamente como el aumento exponencial de la necesidad de conectividad para llevar adelante el trabajo, el estudio y el consumo.
La conexión a internet y las aplicaciones online reemplazan gran parte de todos nuestros quehaceres, desde asistir a eventos multitudinarios como a los encuentros familiares. Internet es el salvoconducto para muchísimas actividades de rutina, tanto en la ciudad como en los sitios más alejados de la urbe.
“La transformación digital se hace omnipresente en nuestras vidas. Lo digital se integra definitivamente a nuestra forma de vida. Trabajar, comprar y estudiar desde nuestros hogares no es una ilusión, es una realidad. El distanciamiento físico es mitigado por el acercamiento digital. Muchas compañías se están dando cuenta de las bondades del teletrabajo y su impacto positivo en la productividad laboral, al mismo tiempo que las familias se dan cuenta de las bondades del comercio electrónico…” Andrés Silva Arancibia (Speaker y autor de Conextrategia, entrepreneur.com)
Siendo así, nos aguarda un futuro a mediano plazo repensando el verdadero sentido de vivir en las cercanías de nuestros trabajos ya que gran parte de la actividad profesional se vería reemplazada por las comunicaciones digitales.
Esto conlleva a la oportunidad de residir o pasar gran parte de nuestro tiempo en lugares más afines con el contacto con la naturaleza, lejos del vínculo estrecho al que obligan las grandes ciudades, más aislados y por ende, más protegidos del contagio. Una opción que muchos ya pusieron en práctica trasladándose a sus casas de fin de semana o volviendo de la ciudad a sus pueblos de origen sin que esto afecte el empleo, la escolaridad o el consumo.
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